sábado, 21 de noviembre de 2015

Babel


Al dejarme, mi mujer me envió este mensaje: "Yo no veo un futuro con vos, parezco cruel, pero es lo que siento. Me llevé de la casa uno de los libros que te había dado del viaje a México; me gustó mucho y la verdad es que quería conservarlo".

Me emborraché y me puse a contar los lomos de cada estante, para saber cuántos me quedaban: 502 libros en total, incluido el que estoy leyendo ("La hora sin sombra", de Osvaldo Soriano) y sin considerar el de Dolina, que tengo prestado y guardo la esperanza de recuperarlo.

Cuando ella mencionó lo del libro, lo tomé como esas tonterías que decimos los seres humanos después de enunciar algo grave, para descomprimir el daño que le estamos causando al otro.

Si usted es lector, y le apasionan los libros tanto como a mí, sabrá que en cada uno hay una historia. Y no me refiero a la que narra el escritor, sino a la que construimos en su entorno, cuando el material entra en contacto con nuestra experiencia.

Tomamos un ejemplar, cualquiera, y al instante se nos aparece la persona que nos lo regaló o recomendó, la librería o feria donde fue comprado, el viaje o los lugares donde fue leído.

La implicancia de las dedicatorias o los objetos que usamos como señaladores (un invisible de la amante de ese entonces, un boleto de colectivo que nos llevaba a un ex trabajo, la entrada de un recital de Las Pelotas, una foto, la ramita recogida en una plaza a la que ya no frecuentamos).

Qué edad teníamos, qué dolores y alegrías nos atravesaban. En qué circunstancias fueron manchadas sus hojas con salpicaduras de mate, o dibujadas con garabatos y frases inspiradas en momentos que se han ido.

El libro que acabo de perder es un caso atípico: no conozco su título, ni  su autor, ni su trama, ni el tamaño o el color de la tapa. Son páginas extraviadas que ni siquiera llegué a hojear o a quitarles el polvo.
Pero esta noche, en la que armo el catálogo de mi soledad, siento su ausencia; se ha vuelto esencial en mi biblioteca.
Pronto -quién sabe-  lo tomará un extraño dispuesto a leerlo, sin advertir en su aura la tristeza de mis ojos.


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