lunes, 17 de marzo de 2014

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Tomamos  unos mates con Villegas, mientras charlamos sobre Escena y Memoria. Al nombre te lo eligen y a él lo llamaron Jorge, pero no se parece ni a Videla ni a Cuadrado. Es Jorge Villegas, el dramaturgo, diciéndome: Nos quieren hacer creer que los desaparecidos son un problema de sus familiares y no de la sociedad argentina. Pero si nos fijamos bien - sostiene-, a todos de algún modo nos roza. A alguien conocemos en nuestras vidas, aunque sea más o menos, que asesinó o fue asesinado. Como ese amiguito del barrio que jugaba a la pelota en un baldío y, de un día para el otro, dejó vacío el arco y huyó con su padre a México.

Pienso en el roce, en las palabras de Villegas, en esta noche de insomnio y soledad. A mi existencia la roza el primo de mi vieja: Ricardo Alberto Ramón Lardone, alias el `Fogonazo`. La roza desde el 2002, veintiséis años después del Golpe, cuando leí su nombre –el mismo apellido de mi vieja- en los apuntes de Historia Argentina de la ECI. Ese mismo día se lo mostré a ella y descubrió que, aquel primo con el que jugaba en la infancia, estaba acusado de Delitos de Lesa Humanidad.

¿Cómo era posible que Ricardo fuera eso? Llevaba una vida corriente en los ´70, con su familia y su rutina. No aparentaba ser un humano violento ni un desequilibrado mental. ¿Qué procesión corría por esas venas?  Ante la sociedad era un fotógrafo deportivo, que sacaba fotos en las canchas de la Liga Cordobesa. Y en simultáneo un entregador de militantes. El árbitro que te sacaba la roja en un partido preliminar a la muerte.

Esta resultó ser la trayectoria de Fogonazo Lardone, mi pariente lejano. Números exorbitantes como los de Messi, pero profundamente dolorosos y escalofriantes: 809 delitos: 310 privaciones ilegítimas de la libertad agravadas; 293 imposiciones de tormentos agravadas; 191 homicidios calificados y 15 imposiciones de tormentos seguidas de asesinato.

Hay una fotografía esta noche, me roza la cabeza como una bala y no me deja dormir. Miles de cuerpos tirados sobre el cemento frío de una tribuna; del otro lado del alambrado, el Tercer Ejército juega un picado. La Pepona Reinaldi, con expresión desorientada y los botines sin cordones, junto a un milico que le rapa el pelo.  Tito Cuellar, otro guaso de doble vida: laburante de EPEC de día y futbolista por la tarde, culpable a ayudar a escapar a Tosco en el baúl de su auto. La sombra de Kempes, glorioso goleador indigno, que no podremos ya disfrutar, Nunca Más, con tanta derrota afuera del estadio. 
También veo corriendo a  la joven promesa del Club Las Flores, Kike Bogni, con la 10 en la espalda y las crinas al viento. Y a otro sujeto arrodillado, sin identidad -tal vez yo mismo-, al que le vendan los ojos con el banderín del córner. 
Nos la dispara el Fogonazo, a quemarropa.